Lo que sí es cierto, que para los domingos, de cada temporada, siempre teníamos un bonito vestido a estrenar con sus correspondientes halagos: "¡pero qué guapa va esta niña!", me decían a la salida de la Iglesia. En la fiesta de La Milagrosa, mi colegio, las monjas me halagaban igualmente: "¡pero qué vestidos tan bonitos te hace tu madre¡". En la fiesta de mi pueblo, mis tías y primas me halagaban diciendo: "¡pero qué mano tiene Lucía con la costura, que hasta la chaquetita y el lazo van juego!".
Como cada domingo de ramos, después del aseo, mi madre impaciente, sacaba los vestidos, zapatitos, chaquetita y un precioso lazo que lucia en mi melena morena.
Nido de abeja, punto de cruz, vainicas, cintas bordadas, pasamanerías de colores... En cada puntada llevaba un trocito de sus tardes.
Desde entonces yo ya soñaba con mi vida recubierta de volantes, lunares, horganzas, popelines, plumeti y una variada gama de colorido.
Hoy mi vida transcurre desde los 17 años dedicada a la alta costura, con mi propia firma repartida por la geografía española, pasarelas y como no en bodas y eventos.
Mi dedicatoria y devoción a mi madre Lucía Crespo, allí donde esté.
Paz Crespo.